Educación en la escuela
Volumen III de la Serie educativa Charlotte Mason
Traducción en marcha. Agradecemos de antemano cualquier sugerencia de mejora.
Volumen III de la Serie Educativa Charlotte Mason:
«Educación en la escuela»
Título de la obra original: School Education – Volume 3 of the Home Education Series escrita por Charlotte Mason, publicada originalmente en Inglaterra en 1907.
Traducción y edición de esta versión preliminar realizadas por el equipo de Comunidad Educadores Charlotte Mason Iberoamérica © 2024. Versión protegida por el derecho internacional de derechos de autor, y no puede ser publicada ni copiada sin la autorización expresa de los traductores. Extractos y citas tomados de esta versión pueden compartirse dando el debido crédito a los traductores, y usando un enlace apropiado y específico hacia el contenido original.
Equipo de trabajo:
- Ana María Kim, traductora
- Eliézer Salazar, traductor
- María Elena Ortiz, traductora
- Johanna Pérez Ray, traductora y editora
Capítulo 1: Docilidad y autoridad en el hogar y en la escuela
Capítulo 2: Parte I: Docilidad y autoridad en el hogar y en la escuela. Parte II: Cómo se comporta la autoridad
Capítulo 3: «La inactividad magistral»
Capítulo 4: Algunos derechos del niño como persona
Capítulo 5: La psicología y el pensamiento actual
Capítulo 6: Análisis de algunas teorías educativas
Capítulo 7: Una adecuada teoría de la educación
Capítulo 8: Ciertas relaciones propias del niño
Capítulo 9: Un gran pedagogo (Reseña)
Capítulo 10: Ciertos aspectos irreflexivos del entrenamiento físico
Capítulo 11: Aspectos ignorados de la formación intelectual
Capítulo 12: Aspectos ignorados de la formación moral
Capítulo 13: Aspectos ignorados de la formación religiosa
Capítulo 14: Pensamiento maestro
Capítulo 15: Los libros escolares y su función educativa
Capítulo 16: Cómo utilizar los libros de texto
Capítulo 17: La educación, ciencia de las relaciones: Nos educan nuestras intimidades: Preludio y Praeterita
Capítulo 18: Nos Educan Nuestras Intimidades. Parte II: Otras afinidades
Capítulo 19: Nos Educan Nuestras Intimidades. Parte II: La vocación
Un manifiesto educativo
Capítulo 20: Sugerencias para un plan de estudios: Parte I
Capítulo 21: Sugerencias para un plan de estudios: Parte II: Libros escolares
Capítulo 22: Sugerencias para un plan de estudios: Parte III: El amor por el conocimiento
Apéndice I (preguntas de estudio para cada capítulo)
Apéndice II: Trabajo de examen del alumno
Apéndice III: Lo que un niño debe saber a los doce años
Apéndice IV: Exámenes de niños de doce años
Apéndice V: Ejemplos de lecciones orales
Capítulo 1
DOCILIDAD Y AUTORIDAD EN EL HOGAR Y EN LA ESCUELA
Mejores relaciones entre los niños y sus mayores. Todos los que hemos aceptado la educación como nuestra ocupación estamos muy atentos a los signos de los tiempos que se leen en la conducta y los modales de los niños. Acerca de una cosa, en cualquier caso, podemos felicitarnos con pura satisfacción: las relaciones entre niños y padres, y seguramente entre los niños y sus amigos adultos en general, son mucho más íntimas, francas y amigables de lo que solían ser. Parece que ya no existe esa gran brecha entre el pensamiento infantil y el pensamiento adulto, la cual los mayores entre nosotros intentaron una vez cruzar con esfuerzos frenéticos en vano. Los jefes de la casa, cuando éramos pequeños, eran autocráticos como los zares de todas las Rusias. Nosotros recibimos todo de sus manos, desde el pan y la leche hasta el amor materno, con más o menos gratitud, pero con una docilidad invariable. Si ellos tenían dudas obstinadas acerca de qué era mejor para nosotros, esto o aquello, se las guardaron para sí mismos. Para nosotros, todo estaba decretado, y todos los decretos eran finales. Había niños rebeldes, tal vez, uno entre cien, pero estos eran rebeldes con el coraje fino del Satán de Milton: Se atrevían a todo y se posicionaban en una oposición audaz. Estos eran los rebeldes libres quienes, tarde o temprano, llegarían a un final malo; así se nos dijo y así lo creímos secretamente. Para los otros, no había curso intermedio. Ellos fueron criados bajo la regla, y esa regla era arbitraria y sin encanto.
La generación de padres mayores, autocrática. Así fue como los niños fueron criados hace unos cuarenta o cincuenta años, e incluso padres jóvenes hoy, en muchos casos, han crecido bajo un régimen, feliz, amoroso y sabio muy probablemente, pero, ante todo, arbitrario. Existían lo que los escoceses llamaban hogares “mal guiados”, donde los niños hacían lo que les parecía bien en sus propios ojos. Estos hogares siempre existirán mientras haya padres indolentes y débiles, despreocupados de sus responsabilidades. Pero las excepciones confirman la regla; y la regla y la tradición, en la mayoría de los hogares de clase media, era una infancia ordenada y bien gobernada. Cada biografía, que sale de la prensa, de los hombres y mujeres que dejaron su marca durante la primera mitad del siglo, es un ejemplo de ello. John Stuart Mill, Ruskin, los Lawrences, Tennyson, casi todos aquellos que se han hecho un nombre distinguido para ellos mismos, crecieron bajo una regla autoritaria. Tan sólo el otro día escuchamos de un caso, del cual su recuerdo había sobrevivido por setenta años. Un niño de doce o trece años había estado afuera disparando a los conejos. Él vino a casa en la temprana oscuridad de una noche amargamente fría de invierno. Su padre le preguntó por cuál puerta había entrado al parque. “Por (tal) puerta”, “La cerraste?” “No recuerdo”. “Ve a ver”; y el chico fue, aunque ya estaba muy cansado, y la puerta en cuestión estaba a más de una milla de la casa. Tal incidente pasaría difícilmente el día de hoy; el chico protestaría, alegaría su entumecida fatiga, y sugeriría que un hombre debería ser enviado a cerrar la puerta, si, como no apareció en la historia, era importante si debía cerrarse en absoluto. Sin embargo, este era un padre bondadoso, a quien sus hijos amaban y honraban; pero un gobierno arbitrario y una obediencia incuestionable eran los hábitos del hogar. Tampoco es esta noción de gobierno domestico obsoleto aún. Escuché el otro de día de un padre escocés que confinó a su hija de dieciocho años a su cuarto por una semana a causa de algún, de ninguna manera serio, incumplimiento de la disciplina. La diferencia es, que en donde encuentre un padre arbitrario ahora, él está un poco desconectado del pensamiento y la cultura del día; mientras que hace unas décadas, los padres eran arbitrarios por principio fijo y en proporción a cuan cultivades e inteligentes eran.
Gobierno arbitrario no es siempre un fracaso. No puede decirse que este gobierno arbitrario era enteramente un fracaso. Creó hombres y mujeres estables, capaces, autónomos, con modales gentiles. En nuestros momentos más desesperanzadores, nos preguntamos mientras observamos a los niños de nuestros días si serán tan buenos como sus abuelos y padres. Pero no necesitamos tener miedo. La evolución del pensamiento educativo es como la llegada de la marea. La ola viene y la ola se va y escasamente sabemos si estamos viendo el reflujo o la corriente; pero hemos de dejar una hora pasar y luego juzgar.
Pero un pensamiento educativo más verdadero resulta en carácter más digno. Después de permitir muchas instancias de reflujo y corriente, con fracaso aquí y errores acá, un pensamiento educativo más verdadero debe resultar por necesidad en la producción de un carácter más digno.
Primero, esta misma arbitrariedad nació de limitaciones. Los padres sabían que ellos deberían gobernar. El justo Abraham, quien gobernó su casa, fue un ejemplo; y es mucho más fácil gobernar desde una altura, como fuera, que desde la intimidad del contacto personal cercano. Pero no se puede ser totalmente franco y estar cómodo con seres que son obviamente de un orden más alto y distinto que el de uno mismo; al menos, no se puede ser cuando eres un pequeño niño. Y aquí tenemos una causa de la inescrutable reticencia de los niños. En los mejores de los tiempos ellos llevan el tráfico ocupado de sus propios pensamientos todo para ellos mismos. Todos podemos recordar los patéticos recelos de nuestros días infantiles los cuales habrían sido removidos con una palabra, pero los cuales aun así formaron la historia secreta de años de nuestras vidas. La Sra. Charles, en su autobiografía, nos cuenta como su infancia fue atormentada por un sueño angustioso. Ella soñó que había perdido a su madre y la buscó en vano por horas en las habitaciones y corredores infinitos de un edificio desconocido para ella. Su angustia fue puesta como miedo a “la oscuridad”, y ella nunca le contó a su gentil madre de este problema de la noche. Probablemente ningún grado de intimidad amorosa podrá abrir permanentemente las puertas cerradas de la naturaleza del niño, porque debemos creer, el peso del misterio de todo este mundo inteligible cae tempranamente sobre la conciencia del alma, y cada uno de nosotros debemos encontrar la concepción de la vida por nosotros mismos. Pero es mucho para un niño saber que debe preguntar, debe hablar de la cosa que lo deja perplejo, y que hay comprensión para sus perplejidades. Simpatía efusiva es un error, y aburre a un niño cuando no lo hace sentir tonto. Pero sólo saber que puede preguntar y decir es un gran desahogo, y significa, para el padre, el poder de direccionar, y para el niño, desarrollo libre y natural.
Doctrina de la razón infalible. Con el avance de una línea de revelación educacional, tenemos que, finalmente, notar el retroceso de otro principio muy importante. Temprano en el siglo, la autoridad era el todo del gobierno del hogar, y la docilidad de los niños era de esperarse sin duda alguna, claro que, siempre con la excepción de algunos pocos espíritus rebeldes. Sin embargo estamos poco conscientes del hecho, de que la dirección del pensamiento filosófico en Inglaterra ha tenido mucho que ver con la relación de padres e hijos en cada hogar. Hace dos siglos Locke promulgó la doctrina de la razón infalible. Esas doctrina aceptaba, que la razón individual se convierte en la autoridad definitiva, y que cada hombre es libre de hacer aquello que es correcto en sus propios ojos. Con tal que, Locke hubiera añadido, la razón fuera entrenada completamente, y la mente instruida para los méritos de la causa en particular, pero dicha condición fue perdida de vista rápidamente, y el principio más amplio se mantuvo. La vieja fe puritana y las tradiciones ancianas de la crianza de los niños, así como los sentimientos religiosos e instintos obedientes del mismo Locke, fueron demasiado fuertes para la nueva filosofía en Inglaterra. Pero en Francia había un suelo preparado para la semilla. Locke fue leído ávidamente porque sus opiniones estaban acordes al pensamiento del momento. Sus principios fueron puestos en práctica, sus conclusiones elaboradas hasta el amargo final, y escritores reflexivos consideran que este religioso y cultivado caballero Inglés no puede ser exonerado de una parte de la culpa de todas las atrocidades de la Revolución Francesa.
Lleva al destronamiento de la autoridad. Nosotros en el siglo veinte hemos perdido algunos de los salvaguardias que se mantuvieron intactos en el siglo diecisiete, y tenemos nuestro propio, tal vez más grandioso, filosofo, quien acarrea las enseñanzas de Locke hacia las inevitables conclusiones que el anterior pensador eludió. El Sr. Herbert Spencer proclama, como lo hicieron en Francia, la apoteosis de la razón. Él ve, como lo vieron en Francia, que el principio de la razón infalible es directamente antagónico a la idea de la autoridad. Él rastrea ésta última idea hasta su procedencia y justificación final. Mientras que los hombres reconozcan un Dios, por necesidad reconocen la autoridad, suprema y determinada. Pero, dice el Sr. Spencer, en efecto, cada hombre encuentra su propia autoridad final en su propia razón. Éste filosofo tiene el valor de sus convicciones. Él percibe, como lo hicieron en Francia, que el entronizamiento de la razón humana es el destronamiento de Dios todo poderoso. Él enseña, a través de procesos de razonamiento exhaustivo, que-
¨Nos sentamos sin propietario sobre el césped de nuestra tumba,
Y no sabemos de dónde venimos ni quiénes somos.¨
Desde el destronamiento de lo divino, sigue el destronamiento de toda la autoridad humana, ya sea de reyes y sus deputados sobre naciones, o de los padres sobre las familias. Cada acto de autoridad es, nos han enseñado, una infracción de los derechos del hombre o del niño. Los niños han de ser criados desde la primera dirección propia, haciendo aquello que es correcto en sus propios ojos, gobernado por la razón que ha de ser entrenada, por la experiencia del bien y el mal, en la elección del camino correcto. La vida tiene sus sanciones para aquellos que transgreden las normas de la razón, y debería permitirse al niño aprender estas leyes a través de las intervenciones de estas sanciones. Pero ¨tu debes¨ y ¨tu no debes¨ han de ser eliminadas del vocabulario de los padres. Tan completo y detallado es el esquema del Sr. Spencer para la emancipación de los niños del gobierno, que él se opone al estudio de lenguajes basado en la idea de que las reglas de la gramática son una transgresión al principio de la libertad.
Autoridad no es inherente, pero determinada. El trabajo del Sr. Spencer sobre la educación es tan valiosa contribución al pensamiento educacional que muchos padres lo leen y lo adoptan, en su totalidad, sin percibir que es una parte, y una parte cuidadosamente elaborada, de un esquema de la filosofía con el cual tal vez ellos tienen poca simpatía. Ellos aceptan las enseñanzas del filósofo cuando él les instruye a criar niños sin autoridad para darles espacio libre para el desarrollo propio. Sin percibir, o tal vez saber, que es el trabajo de la vida del autor el eliminar la idea de autoridad del universo, que el repudia la autoridad de los padres porque es un eslabón en la cadena que une el universo a Dios. Porque es en efecto verdad que ninguno de nosotros tiene el derecho de ejercer autoridad, en cosas grandes y pequeñas, excepto cuando somos, y reconocemos ser, determinados por la única suprema y definitiva Autoridad. Cuando empezamos este volumen sobre la educación, pequeño como es, de fácil lectura como es, debemos tener en mente que nos hemos puesto bajo la instrucción de un filósofo al cual no se le pasa por alto nada, el cual ve las cosas menos importantes desde el punto de vista de su emisión final, y el cual no tendría al niños haciendo lo que se le ha instruido a menos que deba aprender, como un hombre, a obedecer esa autoridad, otra que él mismo, la cual creemos ser Divina.
¨Rápido como el pensamiento¨. La influencia de sus filosofía racionalista no está confinada de ninguna manera a aquellos que leen las grandes obras de éste autor, o incluso aquellos que leen su manual sobre la educación. ¨Rápido como el pensamiento¨ es una frase común, pero sería interesante saber qué tan rápido es el pensamiento, tener alguna medida de la intensidad, vitalidad y velocidad de una idea, el ritmo de su progreso en el mundo. A uno le gustaría saber qué tan rápido una idea, concebida en el estudio, se convierte en la propiedad común del hombre en la calle, quien la ve como de su propia posesión, y no sabe nada de su origen. No tenemos dichas medidas, pero hay escasamente un hogar, de incluso el más bajo nivel de cultura, donde esta teoría de educación no ha sido conscientemente adoptada o rechazada, aunque los padres particulares en cuestión puedan nunca haber escuchado del filósofo. Una idea, tan pronto es lanzada, ¨está en el aire¨, o así decimos. Como es también dicho del Espíritu Santo, no sabemos de dónde viene, ni adonde va.
La noción de la finalidad de la razón humana intolerable. Pero, porque el pensamiento filosófico es una influencia tan sutil y dispersable, es nuestra parte el escudriñar cada principio que se presente. Cuando ya somos capaces de salvaguardarnos de esta manera, somos capaces de beneficiarnos de la sabiduría de obras que sin embargo descansan sobre lo que vemos como errores radicales. Parece no improbable que los años tempranos de este mismo siglo puedan entonces ver el adviento de un filósofo Inglés realmente grandioso, quien no vaya a estar confinado por las limitaciones del pensamiento racionalista o materialista. Los hombres se han cansado de ellos mismos. La noción de la finalidad de la razón humana ha crecido como una limitación intolerable. Nada menos que lo Infinito podrá satisfacer el espíritu del hombre. Una vez más reconocemos que estamos hechos para Dios, y no tenemos descanso hasta que lo encontremos a Él, y el pensamiento filosófico, en casa y en el extranjero, ha, hasta cierto grado, dejado estos canales sin ayuda, y está corriendo en otros cursos, hacia lo Infinito y lo Divino.
Autoridad y docilidad, principios fundamentales. Uno de los primeros esfuerzos de este pensamiento reconstructivo, el cual nos está construyendo una vez más un templo para nuestros espíritus, una casa no hecha con manos, es restaurar la Autoridad a su antiguo lugar como un hecho final, sin ser explicado más que el principio de la gravitación, y tan vinculante y universal en el mundo moral como es cualquier otro principio en el mundo natural. Encajando en la autoridad, como la bola encaja en la cuenca para crear una articulación, está el otro principio universal y elemental de la Docilidad, y sobre estos dos descansan todas las posibilidades de la ley y el orden, gobierno y progreso, entre los hombres. El Sr. Benjamin Kidd, en su Social Evolution, ha hecho mucho por el reconocimiento de estos dos principios fundamentales. Por qué un equipo de fútbol debería obedecer a su capitán, un ejército a su oficial comandante, por qué una multitud debería pararse asombrada de dos o tres policías, por qué la propiedad debería ser respetada, cuando son muchos los que quieren y pocos los que tienen, por qué, en una palabra, debería haber un gobierno y no anarquía en el mundo – estas son las clases de preguntas que el Sr. Kidd se prepara a sí mismo para responder. Él regresa a la Razón por su respuesta, y ella no tiene ninguna para dar. Su argumento favorito es que el atractivo del interés propio es final, que nosotros hacemos, individual y colectivamente, lo que sea que parezca ser para nuestra ventaja. Pero cuando esa compañía fueron vencidos en el ¨Royal George¨, parados en ¨¡Atención!¨porque esa fue la palabra del comando, cuando los Six Hundreds cabalgaron ¨dentro del valle de la muerte¨ porque
¨Theirs not to make reply,
Theirs not to reason why,
Theirs but to do and die, ¨
El más sutil razonamiento no puede encontrar otro motivo que el singular y simple de la autoridad actuando sobre la docilidad. A estos hombres se les había dicho hacer estas cosas, por lo tanto, ellos las hicieron. Eso es todo. Y que las hicieron bien, sabemos, nuestro propio corazón es el testigo. Hablamos de estas hazañas como actos de heroísmo, pero está bien notar que estas muestras espléndidas de la naturaleza humana en su mejor momento se resuelven en su mayoría por si mismas en actos de obediencia hacia la palabra de la autoridad. El abuso de la autoridad nos da al esclavo y al déspota, pero la esclavitud y el despotismo no podrían existir excepto si son fundadas sobre principios elementales en la naturaleza humana. Todos tenemos en nosotros el servir o el gobernar como demande la ocasión. Para soñar con la libertad, en el sentido de cada hombre siendo su único y propio gobernador, es tan inútil como sonar con un mundo en el que las manzanas no caen necesariamente del árbol, pero pueden volar en una tangente en cualquier dirección.
El trabajo de los filósofos racionalistas, inevitable. ¿Qué es la Autoridad? La pregunta nos muestra cuan inevitable en la evolución del pensamiento ha sido el trabajo de los filósofos racionalistas. Es a ellos que les debemos nuestra liberación del autócrata, ya sea en el trono o en la familia. Su trabajo ha sido afirmar y probar que cada alma humana nace libre, que la libertad es su derecho inalienable, y que una ofensa en contra de la libertad de un ser humano es una ofensa capital. Esto también es verdad. Padres y maestros, porque sus sujetos son dóciles y tan débiles, están tentados más que otros al temperamento arbitrario, para decir- Haz esto de este modo y de este modo porque yo te lo instruyo. Por lo tanto ellos, más que otros, tienen una deuda de gratitud con la escuela racionalista por sostener, como lo hacen, un sumario por la libertad humana, incluyendo la libertad de los niños en una familia. Parecería ser que de este modo es que Dios educa al mundo. No es tan sólo una buena costumbre, pero un principio infalible, que puede ¨corromper un mundo¨. Algunos de estos principios se destacan luminosos en la visión de un filósofo, él ve que es la verdad, ella toma posesión de él y él cree que ella es la verdad completa, y la urge hasta el punto de reductio ad absurdum. Entonces el principio al polo opuesto del pensamiento es similarmente iluminado y glorificado por una escuela de pensamiento sucesora, y, luego, es discernido que no es por cada principio, sino por ambos, que vive el hombre.
Autoridad, establecida en la oficina. Es por estas contracorrientes, por así decirlo, de fuerzas mentales que nos han enseñado a rectificar nuestra noción de autoridad. Fácilmente dentro de la memoria viva estábamos sobre terrenos peligrosos. Creíamos que la autoridad era establecida en las personas, que la acción arbitraria se convertía en esas personas, que la obediencia servil era buena para los otros. Esta teoría de gobierno la derivamos de nuestra religión, creíamos en el ¨derecho divino¨ de reyes y de los padres porque creíamos que la misma voluntad de Dios era una voluntad arbitraria. Pero nos han enseñado mejor, ahora sabemos que la autoridad está establecida en la oficina y no en la persona, que en el momento en que es tratada como un atributo personal está perdida. Sabemos que una persona en autoridad es una persona autorizada, y que él quien está autorizado está bajo la autoridad. La persona bajo la autoridad sostiene y cumple con un contrato de confianza, mientras que él se acierte a sí mismo, gobierne sobre el impulso de su propia voluntad, cese de ser autoritativo y autorizado, de convertirse en arbitrario y autocrático. Es el gobierno en autocracia y arbitrariedad el cual debe ser cumplido, en todo punto, por un código penal, por lo tanto la confusión de pensamiento el cual existe acerca de la conexión entre autoridad y castigo. El déspota gobierna a través del terror, castiga a izquierda y derecha para sostener su influencia desautorizada. La persona que está establecida con autoridad, por lo contrario, no requiere rigores de la ley para reforzarse a él mismo, porque la autoridad está detrás de él, y, delante de él, el correspondiente principio de la docilidad.
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